jueves, 8 de noviembre de 2012

Si los coches hablaran...


Querido pequeño:

Si los coches hablaran, tú habrías tenido un espacio semanal en las radios y televisiones más importantes. Porque no eres nuevo, tienes achaques, estás lleno de abolladuras y desconchado. Pero tienes una personalidad arrolladora, tal vez precisamente por todo lo que has tenido que pasar.

Todavía recuerdo con cariño el tiempo que pasamos juntos tú y yo. Ya estabas viejo. Pero en la época más estresante de mi vida, eras tú el que me llevaba y traía. O, al menos, la mayoría de los días. Porque algunas veces, cuando te despertaba muy temprano por las mañanas no tenías ganas de moverte y decías no tener batería para andar al polígono. O cuando dabas botecitos de terror cada vez que nos acercábamos al aparcamiento de la Facultad de Económicas de la Universidad de Málaga, famosa por su poco poquísimo espacio para aparcar, donde todos los coches recibían algún beso o roce en algún momento. ¡Y lo rápido que arrancabas cuando volvíamos a casa después de clase, abandonando ese lugar de pesadilla para tí! Aunque estarás orgulloso, porque a ti no te rozaron ni una vez.

Otro día no me llevaste al trabajo porque te aparqué detrás de un Mini muy mono y no hubo manera de bajarte el freno de mano. Ni un vecino fortachón consiguió hacerlo. Lo único que te hizo falta eran un par de horas para tranquilizarte. Después de eso, el freno iba como la seda. Y yo tuve cuidado de aparcarte lejos de las tentaciones...

Pero lo más gracioso era tu jueguecito de las puertas. Como el día que no quisiste abrirte para que mi jefe se sentara en el asiento del copiloto, y tuvimos que llevarlo como en un taxi y con una buena excusa para pedirle un aumento de sueldo para arreglarte. Cuando llegué a casa después te abrías perfectamente. Al menos esa puerta, porque tus males se iban pasando de una puerta a otra con preocupante facilidad. ¡La de veces que tuve que salir y entrar por la puerta del copiloto porque la otra no la abrías! ¿Qué querías, que me quedara contigo todo el rato?

Sin embargo, no todo era gracioso. Que más que un coche parecías un imán para cacos. Perdimos la cuenta de cuántas veces te intentaron abrir y cuántas lo consiguieron. Fueron muchas, muchísimas. Tantas que al final te abrías tú solo para evitar que te estropearan las puertas para entrar. Como cuando, al ir a cogerte, tenías colillas de cigarrillos dentro. No querían robarte, solo querían que viéramos lo facil que era hacerlo... y resguardarse de la lluvia dentro. Aunque conociéndote, supongo que les facilitaste mucho las cosas...

Y ahora, después de vivir mil aventuras, de haber perdido una oreja retrovisora de forma misteriosa y de haber dejado que la lluvia se te colara por las abolladuras, te tenemos que decir adios. Pero ten por seguro que mientras tú juegas con tus puertas en el cielo de coches, nosotros te echaremos mucho de menos aquí, pequeño. Habrá otros coches, pero no habrá ninguno como tú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡No seas tímido! Deja tu mensaje ;)