jueves, 3 de mayo de 2012

¡Felicidades, mamá!


Desde que en el colegio aprendimos a escribir la consabidas frases: "Amo a mi mamá" y "Mi mamá me mima", nuestra percepción sobre nuestras madres va cambiando, y mucho más de lo que crees. Por eso, para celebrar el día de la madre, hagamos un repaso por nuestros pensamientos.

Cuando somos muy pequeños, nuestra madre (o nuestros padres, en general) son como dioses. Lo pueden todo: nos dan la comida, la ropa, los juguetes, nos llevan, nos traen... Hacen magia: encienden luces, emiten sonidos graciosos y nos regañan si expresamos nuestro arte en las paredes de nuestra casa o de nuestros familiares, o cuando decidimos que no nos hace falta comer más o dormir siesta.

Cuando crecemos, nuestra madre sigue pareciéndonos mágica. Ya no nos sorprenden las cosas que nos sorprendían antes, sino el hecho de que lo saben todo. Casi todo lo que preguntemos quedará contestado, o al menos la mayoría de las cosas que preguntemos. Un rasgo sólo comparable con el de los maestros del colegio, que también lo saben todo cuando somos pequeños. Es ella la que sabe todo lo que nos conviene, y la mayor parte del tiempo le hacemos caso.

Y llegamos a la adolescencia. El momento más crítico: a esas alturas ya sabemos que nuestra madre no lo sabe todo, en algunos casos sabemos más que ella; comenzamos a cuestionarnos todo lo que nos dice, y a pensar que nos ordenan cosas sólo por fastidiar. Por ejemplo, la hora de llegada a casa. Con esas edades no somos conscientes de los peligros que nos rodean, y tampoco entendemos la preocupación de nuestra madre por nosotros. Especialmente si es sobreprotectora. Si no nos rebelamos contra sus cuidados no crecemos, no nos equivocamos, no aprendemos.

Pero no creas que la cosa va de mal en peor. Luego mejora. Cuando comenzamos a darnos cuenta de que todo lo hacía por nuestro bien, y de que nosotros haremos lo mismo cuando estemos en su situación. Es cuando le pedimos consejos, y los valoramos por encima de muchos otros.

Y por último, está la etapa en la que ya es muy mayor, pero nos sigue viendo como cuando éramos pequeños. Sus pequeños que ya no lo son tanto. Ése es el momento de devolver todo lo que nos dio: cuidarla como si no supiera hacerlo, darle lo que no puede alcanzar, llevarle las bolsas de la compra, y decirle lo que puede hacer y lo que no. Tal vez ella se rebele ante tantos cuidados, pero esta vez eres tú el que se cruza de brazos y se niega a dejarse llevar. Que para eso lo has aprendido de ella ;)
Por todo ello... ¡Felicidades, mamá!

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