Maldición en la cocina

Antes de nada, te pondré en situación. Hace unos ocho años que tengo una cocina nueva en mi hogar. Es decir, tanto muebles como electrodomésticos nuevos, modernos y más eficientes que los anteriores. Hasta ahí, todo correcto. Lo que no sabíamos ninguno de nosotros es que la cocina estaba maldita, pues uno tras otro, los electrodomésticos comenzaron a estropearse...

Pero empecemos por el principio. Lo primero en atraer nuestra atención fue la vitrocerámica. Es táctil, es decir, los mandos son puntitos sobre la misma placa. De este modo, para encenderla, apagarla, subir el fuego o bajarlo hay que hacer sombra sobre el cuadrado correspondiente. Y para que no haya ningún problema, si varios cuadrados reciben sombra al mismo tiempo, la vitrocerámica pita. Pues bien, un día, la vitrocerámica comenzó a pitar por sí sola. Efectivamente: no había nada sobre los mandos, ni estaba encendida, ni nada de nada. Magia. Un misterio, sí señor. Pusimos la radio y la vitrocerámica parecía pitar al son de la música. Más extraño aún. Extrañísimo. Bueno, mientras no supusiera un peligro podíamos soportar la afición cantarina de la vitrocerámica. Un carácter alegre, sin duda.

El siguiente en la lista fue el microondas. En mi casa, este electrodoméstico sólo se usa para calentar la leche y la comida cuando está de la nevera. Poco más. Aún así, una mañana nos pegó un susto mientras se revela contra la leche fría. Al parecer no le sentó bien, algún problema de intolerancia a la lactosa. Pues nada, a tomarse la leche tal y como estaba. Y encima era invierno... La bromita costó cara, pero el microondas si volvió a funcionar correctamente. Hasta la fecha... ¡Toquemos madera!

Luego vino el tostador de pan. Tras experiencias pasadas en las que el tostador nos avisaba que la tostada estaba lista mediante pitidos y que un buen día se convirtió en señales luminosas (echaba fuego, literalmente), decidimos comprar un tostador normalito. Pero ni así. La barra que se empuja para que baje la bandeja del pan y se tueste decidió cierto día dejar de quedarse abajo por sí sola, o saltar cuando el pan está listo. Así, tenemos que estar a su lado, acompañándolo por las mañanas mientras tuesta las tostadas. Y no hay reparador ni servicio técnico que le haga cambiar de opinión. No señor. Él sabe perfectamente lo que quiere.

A continuación, la hornilla decidió que sólo con los pitidos no cosechaba la suficiente atención en casa. Así que decidió colocarse un fuego perpetuo. Entendamos por fuego perpetuo aquél fuego que se enciende por sí solo al máximo y no se apaga dándole a ningún botón. Un juego peligroso, te doy la razón. El técnico le cambió los mandos, y creo que con ellos el cerebro, pues la pobre no volvió a cantar al son de la radio tampoco. En fin, no se puede tener todo...

Tras esto, al frigorífico le entró celos del resto de electrodomésticos. Dejó escapar el gas y, por tanto, dejó de enfriar la comida. Y tampoco eligió una buena época para rebelarse: pleno agosto malagueño. Y ya nos tienes cargando bolsas de hielo para que haya algo de frío dentro. La solución: comprar otro. Uno inmune a las provocaciones del resto de la cocina. También este cambio lo hicimos bien. ¡Toquemos madera de nuevo!

Y cuando creías que ya está... la hornilla vuelve a hacer de las suyas. Sin tener a nadie cerca, sin estar encendida, sin tener sombra alguna en sus inmediaciones, sin haber cocinado en ella durante horas, hizo saltar los plomillos por alguna razón extraña. La casa entera sin luz. Y no podemos darle electricidad al plomillo de la placa, pues es darle y saltar toda la electricidad de la casa. Aún no sabemos la solución a este enigma concreto, pero me temo que la hornilla cantarina tendrá que ser sustituida...

Pos todas estas razones, creo que mi cocina tiene algo contra nosotros, o somos víctimas de algún tipo de brujería. Lo más curioso es que todos los electrodomésticos fueran de la misma marca... Aunque no creo que eso tenga algo que ver... ¿O sí?

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