¿Ahorro de energía o simple trastorno?

Como cada último domingo de marzo, hemos perdido una hora. Nos hemos quedado sin una hora de sueño, o de fiesta, o simplemente nos hemos levantado con el cuerpo raro al ver una hora que no es. A todos nos trastorna pero lo más importante es la pregunta: ¿sirve para algo el cambio de hora?

Aunque ya había adaptaciones de horarios en las antiguas civilizaciones, el cambio de hora como tal se conoce desde la Primera Guerra Mundial, cuando Alemania, sus aliados y sus enemigos implantaron el horario de verano para ahorrar combustible aprovechando mejor las horas de luz. Lo mismo ocurrió durante la crisis del petróleo de 1973.

En España empezó a implantarse en 1974, y la Unión Europea unificó los horarios en 1984. Desde entonces, todos aplicamos el cambio de hora los mismos días y a las mismas horas, para que no haya problemas con los transportes comunitarios, principalmente.

Ahora bien, ¿se ahorra realmente energía con este cambio de horarios? Analicémoslo. Aprovechar las horas de luz es lo mejor que se puede hacer. Pero veamos: con la hora antigua, cuando nos levantábamos la semana pasada, ya había luz; ahora, con la nueva hora, no la tendremos. Es decir, que por las mañanas, vamos a gastar más luz, hasta que el propio verano se encargue de que amanezca antes. Por otro lado, comercios, colegios, oficinas y grandes superficies tienen siempre la luz encendida, con lo que el cambio y que los días alarguen o acorten no influye en el gasto de luz.

Sin embargo, las tardes son más largas. Ver luz es un aliciente para salir y estar más rato en la calle. En ese sentido sí tardamos más en encender la luz y hacemos más cosas. Aunque conforme vayan alargando los días lo haríamos igualmente. Y el trastorno ahora nos durará un par de días, y el hecho de que estaremos raros puede bajar nuestra productividad.

Por estos motivos, yo no soy una firme defensora del cambio de hora. Creo que se puede ahorrar más cambiando nuestras costumbres por otras de mayor eficiencia que cambiando la hora. Pero... ¿qué piensas tú? ¿Beneficia o perjudica? ¿Ahorramos más o es un simple trastorno en nuestras vidas, al que ya nos hemos acostumbrado? Abrimos el debate.

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