jueves, 14 de marzo de 2013

¡Habemus Papam!


La Plaza de San Pedro en Roma se deshace en murmullos emocionados cuando ven la cortina de la habitación de El Vaticano moverse. Tras los finos visillos blancos, unas figuras se mueven, preparandose para salir al gentío y decir la frase más esperada: "¡Habemus Papam!" Pero todavía nos harán esperar un poco más.

Lo cierto es que cada día me he sentido más alejada de la Iglesia. Y digo Iglesia, no Religión o Ética. Me parece interesante esta diferenciación porque creo que hay muchas cosas en la Iglesia que no tienen mucha razón de ser. Si hay un fin último por encima de nosotros, simples mortales, debe ser algo parecido a la bondad, el respeto, la igualdad, y todas esas hermosas palabras que deberían regir más nuestras vidas. 

Sin embargo, no es este fin lo único que mueve a la Iglesia. Hay muchas cosas que nos acercarían a la igualdad o al amor y que se intentan erradicar por todos los medios, como los derechos de los homosexuales a poder amar a quienes quieran. Y hay otras cosas que les acercarían más a nosotros y que serían reflejo de la bondad y la humildad, como dejar de lado ciertos privilegios y esforzarse más a ayudar a los más desfavorecidos.

Aún así, asisto expectante yo también a la aparición del nuevo pontífice en ese balcón. Es él quien elige el camino a seguir por el catolicismo, y quien puede cambiar muchas cosas. Y no puedo dejar de pensar en una cosa: si se hubiera retrasado unos días esta elección hubiera coincidido con el día del padre, el 19 de marzo. Hubiera sido un buen símbolo, una hermosa coincidencia. Al fin y al cabo, el obispo de Roma debe ejercer como un padre ante todos los fieles católicos del mundo.

Y por fin sale al balcón el nuevo Papa: Jorge Mario Bergoglio, a partir de ahora Francisco I. A primera vista parece un buen hombre, humilde y sereno. Pero las apariencias no lo son todo. Ahora falta ver cuáles van a ser sus posturas y a qué cosas dará más importancia. Y deseo, de todo corazón, que sea un buen guía espiritual para todos.

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