jueves, 21 de febrero de 2013

La autoescuela de la vida


Seguro que ya has oído hablar de la expresión "escuela de la vida". Hace referencia a que, por mucho que estudies algo, es la experiencia la que te hace de verdad aprender. Observar y hacer por ti mismo, experimentando y probando. Madurando con tus errores.

Normalmente, la experiencia se asocia a las personas mayores. Tras muchos años de vida, han experimentado muchas más cosas que nosotros. Por lo tanto, sea cual sea tu problema, casi seguro que tendrán un remedio o una solución sacada de años de ensayo-error. Está, por ejemplo, la típica madre primeriza que pide consejos o trucos a la abuela para cuidar a su bebé. O también se les suele pedir remedios caseros para el resfriado, o alguna mancha rebelde. Todos lo hemos hecho, ¿verdad?

Pero últimamente, la vida moderna nos hace vivir muy deprisa y muchas veces no tenemos tiempo que dedicar a estas personas mayores y experimentadas. Pero aun así, hay abuelitos que reparten su sabiduría aunque no se la pidas. Y tengo un ejemplo.

Hace algún tiempo paseaba por la calle y me encontré con un coche de autoescuela que andaba muy despacito. Debía ser una de las primeras veces que ese alumno cogía el volante, o tal vez buscaba aparcamiento. O ambas cosas, pues había un hueco más adelante, y se dispuso con precuación a aparcar. Paró, puso el intermitente, dobló las ruedas y comenzó la maniobra muy despacito. 

A pesar de las indicaciones del profesor, el chico no atinaba a aparcar. Había doblado demasiado el coche y no lo metió bien. Así pues paró y lo intentó de nuevo.

-¡Pero así no lo hagas! ¡No dobles tanto!- se escuchó de repente. El coche paró, y el alumno, el profesor y yo nos volvimos hacia la voz. Era un viejito con bastón que observaba la maniobra desde la acera de enfrente. -Tienes que ponerte más adelante.

El profesor le hizo un gesto para que continuara, y el chico se concentró de nuevo. Volvió a salir, dobló de nuevo y se metió.

-Lo has hecho igual que antes, chaval- volvió a decir el abuelo. El coche volvió a parar de golpe con un sobresalto. -Yo te indico.

Ni corto ni perezoso, el hombre se acercó y, cual aparcacoches en un día de trabajo, le comenzó a indicar al muchacho la forma de aparcar. El profesor suspiró y le dejó hacer. Me miró con los brazos cruzados mientras yo sonreía y me alejaba del lugar. A veces es mejor hacer caso a la autoescuela de la vida...

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